miércoles, 25 de agosto de 2010

-“Cuando perdono no lo hago porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco”-




-“Cuando perdono no lo hago porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco”-

El perdón, según el diccionario de la real academia de la lengua española, es:

1. m. Acción de perdonar.
2. m. Remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente.
Parecer que todas las actitudes que tomamos frente a una ofensa van en contravía de estos significados, no podemos remitir la pena merecida y mucho menos la ofensa recibida. En muchas ocasiones las ofensas recibidas abren profundas heridas en nuestros corazones que en principio creemos que son imposibles de cerrar, que la ofensa es tan grande como la herida, y no toleramos ni siquiera permitimos pensar en que esa herida se va a cerrar algún día.

Es muy común escuchar frases como: -“Yo perdono pero no olvido”- o creemos que perdonar es necesariamente una cuestión de tiempo. Aprendemos a vivir confundiendo que el perdón se da cuando la ofensa nos deja importar o se convierte en una cuestión de método, que dependiendo de la ofensa y la herida que ésta ha hecho en nuestros corazones, toma mayor o menor tiempo en cerrarse.

Nos educan como personas de carácter ya que nuestros padres y la misma sociedad no quiere que seamos entes que permitimos que todo los que nos ocurre lo aceptemos, sobre todo las ofensas, es ahí cuando confundimos el concepto y la realidad que el perdón nos brinda a nuestra vidas, porque lo ponemos como un sinónimo de debilidad y esta aparente debilidad a la que creemos que el perdón nos arroja, al parecer no es sana para nuestras vidas y es precisamente todo lo contrario, el perdón nos da gran satisfacción a nuestras vidas no porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco.

Pero entonces porque si perdonar proporciona tranquilidad a nuestras vidas y nobleza a nuestros corazones por qué no lo podemos hacer fácilmente.

Es muy simple, parece que la arrogancia de nuestros corazones es más fuerte que la nobleza del mismo, y esa arrogancia no admite remitir la ofensa recibida, por el contrario nos arroja a remover esa herida, a mantenerla latente y viva cada día de nuestras vidas, cada mañana, cada anochecer, todos los eventos, todos los momentos son propicios para recordar la ofensa recibida y en vez de apagar la llama de la herida lo que logramos es encenderla cada día más y más, nos volvemos expertos es atizar ese fuego convirtiéndolo consecutivamente en una llama más grande.

El no perdonar se convierte en sinónimo de rencor y más que en un sinónimo se convierte en su amigo inseparable en su compañero fiel. El rencor es como un costal que se llevan en la espalda y al que día a día se le agrega una roca que lo hace más pesado. Es tanto ese afán por remover esa herida, por mantener la llama viva de la ofensa recibida, que en últimas aprendemos a vivir con ese gran peso llamado rencor que en muchos casos lo disfrutamos, con un gozo que no es sano para nuestro corazón.

Ese rencor enferma nuestro cuerpo, enferma nuestro corazón, enferma nuestra alma, nuestra vida y creemos que sintiendo rencor por la persona que nos ofendió logramos algo que es totalmente opuesto en lo que sucede de verdad, porque la otra persona sigue con su vida de forma normal y ese rencor por más grande que sea. no logra llegarle, ni afectarle, es más, ni siquiera se enteran que uno les tiene rencor.

Es por eso que necesitamos entender que el rencor  no es sano para nuestras vidas porque no logra afectar a la persona que nos ofendió, que en fondo es lo que nosotros quisiéramos que sucediera. No es fácil aprender a perdonar, existen técnicas que podrían ayudarnos, autores que han escrito acerca del perdón y muchas formas que podrían ayudarnos a entender el poder maravilloso del perdón, cuál mejor, hay que descubrirlo, en todo caso acercándonos a Dios podríamos entender el verdadero perdón, y pidiéndole a él, -“enséñanos a perdonar a las personas que nos ofenden”-, con fe y con esperanza de convertir ese perdón en bienestar para nuestras vidas, para nuestros corazones y en especial para nuestras almas.

No es fácil, de hecho estoy en un curso espiritual de aprender a perdonar, perdonar para el bien de mi vida y para la gracia de Dios, todavía no sé como perdonar de forma verdadera, pero he dado el primer paso en ese escalón que algún día me llevara a aprenderlo, entenderlo y aplicarlo.

 ….Es por eso que cuando perdono no lo hago porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco….


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