martes, 28 de septiembre de 2010

‎....¿Por qué me pasa esto a mí, si yo no he hecho nada malo, ni le he hecho daño a nadie?..... Sencillo es de responder: porque no soportan verte brillar.....


....¿Por qué me pasa esto a mí, si yo no he hecho nada malo, ni le he hecho daño a nadie?..... Sencillo es de responder: porque no soportan verte brillar.....

Las personas buenas merecen cosas buenas, esa es una teoría  que en la mayoría de los casos parece no funcionar, existen personas muy buenas que por diversas razones todo les sale mal, todo es un caos, y constantemente son atacadas por otras personas que no son tan buenas y a las que al parecer les va muy bien.

¿Por qué me pasa esto a mi? Está suele ser una pregunta sin una aparente respuesta, creemos que no somos merecedores de las cosas difíciles por las que debemos atravesar, argumentando nuestra bondad como el mejor recurso de no merecer estos supuestos castigos que recibimos sin merecerlos. –“Yo no le he hecho nada a nadie”- Esta es, recurrentemente, la segunda frase que ronda nuestras mentes y nuestros corazones en esos precisos momentos de desfallecimiento cuando vemos el panorama gris casi negro. Pero es ahí cuando aparece la respuesta a este interrogante y a esas afirmaciones,-“Sencillo es de responder, no soportan verte brillar”- Y es así, no soportan verte brillar, es como si el resplandor de una persona fastidiara a otra, y es precisamente ese resplandor que debería contagiar, el que incita a ofender y maltratar.

Existe la maldad, siempre la ha existido, y a veces o generalmente es tan irracional entender su forma de actuar, que simplemente encontramos un sinfín de nombres a esta maldad, unos la llaman diablo, otros menos osados la llamamos envidia, pero como quiera que se llame o como quiera que actué lo cierto es que existe y que hace parte de la vida.

Aunque generalmente nos dejamos llevar por esos momentos duros de la vida, donde creemos que no merecemos lo que nos pasa, aparece una verdad que de momento no logramos comprenderla: -Después de la tormenta viene la calma-.

Estos momentos difíciles suelen ser pruebas de la vida, que están ahí simplemente haciendo parte de nuestro existir, que nos toco vivir, pero que prontamente lograremos superar, dejándonos una enseñanza tan grande, que es ahí precisamente, donde podremos entender que aunque no soportaron vernos brillar, salimos victoriosos y que esos rayos de alegría volverán a nuestras vidas siendo cada vez más relucientes, más incandescentes y aunque pasemos las duras pruebas en la vida, estas pruebas serán el principio de un futuro maravilloso. Sin embargo, es preciso entender los propósitos de estos retos, porque si no aprendemos de ellos dejaremos contagiar nuestros corazones de esa envidia, de esa maldad y transitaremos de ser esos seres que irradiamos alegría a seres que no soportamos ver brillar. Ahí, cuando estemos atravesando un difícil momento, debemos pensar que es una difícil prueba que tenemos que superar, con sabiduría pero sobre todo con paciencia, tratando de sonreír aunque no sea fácil, con nuestro corazón noble, con nuestros modales intachables y un profundo respeto para el hermano. Tratando de combatir a esa maldad que se quiere apoderar de nuestras vidas, pero no con más maldad, no con más envidia, sino con amor, con sonrisas, con alegría manteniendo nuestro corazón lleno de gozo para que este mantenga nuestra vida llena de paz.




miércoles, 25 de agosto de 2010

-“Cuando perdono no lo hago porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco”-




-“Cuando perdono no lo hago porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco”-

El perdón, según el diccionario de la real academia de la lengua española, es:

1. m. Acción de perdonar.
2. m. Remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente.
Parecer que todas las actitudes que tomamos frente a una ofensa van en contravía de estos significados, no podemos remitir la pena merecida y mucho menos la ofensa recibida. En muchas ocasiones las ofensas recibidas abren profundas heridas en nuestros corazones que en principio creemos que son imposibles de cerrar, que la ofensa es tan grande como la herida, y no toleramos ni siquiera permitimos pensar en que esa herida se va a cerrar algún día.

Es muy común escuchar frases como: -“Yo perdono pero no olvido”- o creemos que perdonar es necesariamente una cuestión de tiempo. Aprendemos a vivir confundiendo que el perdón se da cuando la ofensa nos deja importar o se convierte en una cuestión de método, que dependiendo de la ofensa y la herida que ésta ha hecho en nuestros corazones, toma mayor o menor tiempo en cerrarse.

Nos educan como personas de carácter ya que nuestros padres y la misma sociedad no quiere que seamos entes que permitimos que todo los que nos ocurre lo aceptemos, sobre todo las ofensas, es ahí cuando confundimos el concepto y la realidad que el perdón nos brinda a nuestra vidas, porque lo ponemos como un sinónimo de debilidad y esta aparente debilidad a la que creemos que el perdón nos arroja, al parecer no es sana para nuestras vidas y es precisamente todo lo contrario, el perdón nos da gran satisfacción a nuestras vidas no porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco.

Pero entonces porque si perdonar proporciona tranquilidad a nuestras vidas y nobleza a nuestros corazones por qué no lo podemos hacer fácilmente.

Es muy simple, parece que la arrogancia de nuestros corazones es más fuerte que la nobleza del mismo, y esa arrogancia no admite remitir la ofensa recibida, por el contrario nos arroja a remover esa herida, a mantenerla latente y viva cada día de nuestras vidas, cada mañana, cada anochecer, todos los eventos, todos los momentos son propicios para recordar la ofensa recibida y en vez de apagar la llama de la herida lo que logramos es encenderla cada día más y más, nos volvemos expertos es atizar ese fuego convirtiéndolo consecutivamente en una llama más grande.

El no perdonar se convierte en sinónimo de rencor y más que en un sinónimo se convierte en su amigo inseparable en su compañero fiel. El rencor es como un costal que se llevan en la espalda y al que día a día se le agrega una roca que lo hace más pesado. Es tanto ese afán por remover esa herida, por mantener la llama viva de la ofensa recibida, que en últimas aprendemos a vivir con ese gran peso llamado rencor que en muchos casos lo disfrutamos, con un gozo que no es sano para nuestro corazón.

Ese rencor enferma nuestro cuerpo, enferma nuestro corazón, enferma nuestra alma, nuestra vida y creemos que sintiendo rencor por la persona que nos ofendió logramos algo que es totalmente opuesto en lo que sucede de verdad, porque la otra persona sigue con su vida de forma normal y ese rencor por más grande que sea. no logra llegarle, ni afectarle, es más, ni siquiera se enteran que uno les tiene rencor.

Es por eso que necesitamos entender que el rencor  no es sano para nuestras vidas porque no logra afectar a la persona que nos ofendió, que en fondo es lo que nosotros quisiéramos que sucediera. No es fácil aprender a perdonar, existen técnicas que podrían ayudarnos, autores que han escrito acerca del perdón y muchas formas que podrían ayudarnos a entender el poder maravilloso del perdón, cuál mejor, hay que descubrirlo, en todo caso acercándonos a Dios podríamos entender el verdadero perdón, y pidiéndole a él, -“enséñanos a perdonar a las personas que nos ofenden”-, con fe y con esperanza de convertir ese perdón en bienestar para nuestras vidas, para nuestros corazones y en especial para nuestras almas.

No es fácil, de hecho estoy en un curso espiritual de aprender a perdonar, perdonar para el bien de mi vida y para la gracia de Dios, todavía no sé como perdonar de forma verdadera, pero he dado el primer paso en ese escalón que algún día me llevara a aprenderlo, entenderlo y aplicarlo.

 ….Es por eso que cuando perdono no lo hago porque el otro lo merezca sino porque yo lo merezco….


sábado, 21 de agosto de 2010

¿Entonces, qué podríamos hacer para aprender a identificar esos botes?


  … Una vez un señor muy creyente se estaba ahogando en un lago, y con mucha fe le pedía a Dios que lo salvara. De repente apareció un bote y los tripulantes le dijeron que se subiera, el señor respondió: -“No se preocupen Dios me salvara”-. El señor seguía luchando para no ahogarse y pidiéndole a Dios que lo salvara. Nuevamente volvió a aparecer otro bote y los tripulantes le dijeron que se subiera, el señor volvió a responder: -“No se preocupen Dios me salvara”-. Después de mucho luchar en el lago el señor se ahogo. Cuando llego al cielo él pidió hablar con Dios, muy indignado le dijo: -“Dios si yo creo en ti, fui una buena persona, fui a misa todos los domingos, tuve fe que tú me ibas a salvar, ¿Por qué dejaste que me ahogara?”-. Dios le respondió: -“Hijo pero si te envíe dos botes”-…
Autor: No lo recuerdo, lo escuche en algún lado.

Te envíe dos botes, esa fue la respuesta que Dios le dio al señor. ¿Somos nosotros capaces de identificar nuestros botes? A veces nos sumergimos en nuestros problemas de tal modo que no logramos o no queremos ver los botes que Dios nos envía. Nos dedicamos a luchar a veces demasiado, otras veces por el contrario poco por salir de un problema o una dificultad, y lo único que conseguimos en hundirnos más o en peor de los cosos responsabilizamos a Dios de todas las cosas que nos suceden especialmente de las malas. Somos de una fe débil en los momentos buenos pero de una fe infinita en los momentos malos. En las dificultades, los problemas, los desamores o los inconvenientes diarios recurrimos a decir; -“Dios ayúdame”- pero en lo momentos buenos, en la abundancia, en la rumba, en los paseos no nos detenemos a decir: -“Gracias Dios”-. Eso es precisamente lo que nos hace humanos.
Si tuviéramos la capacidad de descifrar fácilmente los botes que él nos envía, todo sería más fácil, pero no es así, por el contrario es como si fuera imposible y optamos por tomar  dos caminos facilistas, lucha sin sentido o simplemente dejarnos ahogar.
¿Entonces, qué podríamos hacer para aprender a identificar esos botes?
La mejor forma para aprender identificar el bote es identificar quien lo envía. Si reconocemos a Dios como un Dios vivo, un Dios que nos habla, que nos ama, que está con nosotros en las buenas y en las malas, siempre a nuestro lado, que nos sorprende día a día con muchas bendiciones en nosotros. Reconocer a ese Dios que nunca se aleja de nuestras vidas aunque nosotros nos alejemos de él todo el tiempo. Reconocer a ese Dios que nunca nos juzga, que por el contrario está ahí dispuesto a escucharnos en cualquier momento, dispuesto a perdonarnos a protegernos a guiarnos y apoyarnos. Reconocer a un Dios grande y maravilloso que no nos promete: -“En verdad, en verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá. Juan 16,23”-.
Otra forma es a través de la oración, por medio de ella nos acercamos a él y a su inmenso poder podremos entender los designios que él tiene preparados para nosotros, esos grandes propósitos que tiene para nuestras vidas, porque nos ama y él como todo padre quiere lo mejor para sus hijos. La oración es el medio efectivo para entablar una comunicación con Dios, él conoce nuestros corazones nuestras vidas, nuestros miedos, nuestras dificultades, nuestros sueños, nuestros anhelos, es precisamente por eso que no dará todo le que le pidamos a través de esos botes que nos envía día a día y que en muchas veces no somos capaces de identificar. La oración es sencilla, es una comunicación clara que tengamos con Dios con nuestro corazón abierto y transparente, donde le entreguemos nuestras vidas, nuestro camino, nuestros pasos y él sabrá guiarnos, porque nadie nos ama como él. También podemos utilizar la oración que el mismo nos enseño: -“Padre nuestro, que estas en los cielos, santo sea tu nombre, ven a nosotros tu reino y haz tu voluntad acá en esta tierra como tu la haces en los cielos, te agradecemos y te pedimos por los alimentos de cada día, perdona nuestras ofensas y enséñanos a perdonar a las personas que nos ofenden, Señor no nos dejes caer en tentaciones y líbranos de los males que nos acechan, Amen”-.


domingo, 8 de agosto de 2010

LA FORTALEZA DE LA FAMILIA

En ningún ambiente por más eomocionante que parezca se puede comparar un momento de felicidad como el compartido con la familia. No es casualidad que la familia sea la base de la sociedad, es tal vez, el críterio más sano que el hombre a entablado a través de su historia. Todos los momentos compartidos en familia, si los convertimos en buenos momentos, se transforman en bases sólidas y robustas que luchan contra la adversidad. Solo es ver en cada hermano, primo, sobrino, y sobre en todo en los padres, la hermosa posilibidad de ser escuchado, apreciado, estimado, amado, apoyado, querido y un sin fin de elemenos que fortalecen nuestras vidas. Aunque en muchos casos, el convivir con la familia se torna frustante o en el peor de los casos convergente, es necesarios el apoyo que nos brinda cada integrante de nuestro grupo familiar. Solo el dialogo, la comprensión, la tolerancia, el amor y la fe en Dios, nos dará la sabiduria para poder sobresalir y sobrellevar el amor de familia.

Que el amor de familia solo se represente el día de navidad, el día de año nuevo, si a caso en los cumpleaños a algún integrante, o en momentos de enfermedad o muerte, por el contrario, estos momentos deben el resultados de todo un año de dialogo, compañia, eventos, almuerzos, fiestas....

... que no sea un pensamiento sino una actitud ....